En 1988, una misteriosa película titulada Antrum se proyectó en un cine de Budapest. La noche acabó con la muerte de todo el público debido a un inexplicable y feroz incendio.
Y es que, según cuentan, cualquiera que vea esta película sufrirá unas consecuencias mortales.
He sufrido un potente caso de Efecto Mandela. Vi Antrum hace unos cinco años, y mi recuerdo, perfectamente claro, era que se trataba de un falso documental de principio a fin. Cuál ha sido mi sorpresa al revisar la película para escribir esta reseña y descubrir que no, que de falso documental hay bastante poco. Un prólogo de unos quince minutos y un epílogo como conclusión, pero nada más. Entre medias podemos ver la película maldita completa. Esto sitúa a Antrum en un lugar extraño… ¿Es un falso documental? Yo diría que tenemos lo mejor de ambos mundos. Por un lado, la película comienza como eso, un falso documental que mediante el testimonio de varios expertos se nos habla acerca de un film sobre el que pesa una maldición, Antrum, una película capaz de matar. No se sabe nada del reparto ni de su director, sólo que verla supone la muerte. Podrían haber seguido este esquema durante los noventa minutos que dura, pero en lugar de eso optan por algo menos convencional: tras una advertencia de que lo que vamos a ver es peligroso y seguir adelante será bajo nuestra total responsabilidad, comienza Antrum, y podemos verla entera, sin interrupciones. El formato de falso documental desparece, y sólo volvemos a él brevemente en forma de epílogo cuando el filme ha terminado.
Es una decisión extraña, pero funciona de maravilla ya que potencia las extrañas imágenes y el ambiente enrarecido de la película dentro de la película. Podrían haber eliminado todo lo relativo al falso documental, pero entonces se habría perdido el contexto que rodea a la película maldita, y ese contexto es fundamental para verla con los ojos y el estado mental adecuados. Ya sabemos que todo es falso, pero cuando empieza la supuesta película maligna estamos alerta y nerviosos gracias al prólogo, pues sabemos que hay algo malo y sobrenatural en esas imágenes, como en un creepypasta o pieza de terror analógico, y es que Antrum bebe mucho del tono, estética y atmósfera de ese tipo de contenido nacido en Internet.
Antrum se nos presenta como una película de los años ochenta sobre dos hermanos que pretenden sacar del infierno el alma de su perrita fallecida cavando un agujero en el bosque. Y sobre esta base, que ya de por sí resulta deprimente y algo turbia, se despliega todo un carrusel de imágenes subliminales y estampas de lo más perturbadoras e inquietantes sacadas de una pesadilla. No hay sustos fáciles, sólo tensión, un ambiente extraño y la certeza de que se trata de una película tocada por el mismo Satanás.
La alusión al cuento de hadas también está ahí. Tenemos varios elementos comunes en este tipo de narraciones: niños perdidos en un bosque (que no es especialmente tenebroso, pero en él se respira un ambiente cargado, triste… Algo no va bien), animalitos (atención a la ardilla Jan Svankmajer) y un par de ogros encarnados por esos dos cazadores paletos y adoradores del Diablo; todo esto dentro de un contexto satánico que compone estampas de corte onírico y aterrador, como esos planos fijos de un rostro monstruoso en penumbra o las apariciones de seres sobrenaturales, como Caronte en su barca fúnebre o siluetas que acechan entre la maleza. Antrum da miedo e inquieta de una forma a la que no estamos acostumbrados. Prueba de esto es el plano que muestra un cadáver putrefacto abandonado en el bosque y que sólo alcanzamos a ver nosotros mientras los jóvenes protagonistas siguen con su aventura ajenos a él. No volvemos a ello, no se le da importancia. Simplemente está ahí, contribuyendo, de nuevo, a que la película tenga una ambientación desasosegante y extraña. No es un bosque terrorífico, insisto, pero tampoco queremos estar ahí.
Antrum falla donde falla la mayoría de películas que intentar parecer salidas de décadas pasadas, y es que al final no se parece a una verdadera película de los ochenta, sino a una película que intenta imitar la estética de los ochenta. Porque no basta con poner unos créditos sobre BSO retro y colocar el filtro nostalgia de Instagram para conseguir un buen resultado. Pero esto es un problema menor, minúsculo, que apenas vale la pena mencionar.
Sus directores y guionistas, David Amito y Michael Laicini (Antrum es hasta la fecha su única película), consiguen, con muy poco presupuesto pero unas ideas originales, sacar adelante una cinta verdaderamente inquietante y diferente que merece ser reivindicada.
Una interesante rara avis difícil de olvidar.